Sentía mucho miedo… qué va, estaba aterrada.
Recién divorciada, con dos niños pequeños que dependían de mí, enfrentaba un ambiente lleno de incertidumbre. Era un momento único: un toque de queda nos tenía a todos en casa mientras vivíamos la mayor crisis sanitaria y de salud desde el 1918 y tengo 41 años.
No paraba de darle vueltas en la cabeza: ¿Qué pasa si me da Covid? ¿Qué pasa si a mis hijos les pasa algo? ¿Qué voy a hacer?
La sensación de que todo dependía de mí era abrumadora. No sabía cómo manejarlo, y me desgastaba intentando controlar hasta el más mínimo detalle.
Un día, mientras ayudaba a mis hijos con una tarea sobre el sistema nervioso, me llamó la atención algo que leí: el cuerpo humano realiza miles de millones de reacciones químicas por segundo sin que yo tenga que hacer nada. Mi corazón late, mis pulmones respiran, mis órganos trabajan… todo eso ocurre de manera eficiente, sin que yo lo controle. Entonces me hice una pregunta: Si mi cuerpo puede manejar tantas funciones vitales sin mi intervención, ¿por qué insisto en controlar cosas fuera de mi alcance?
Esa pregunta fue un punto de quiebre. Me di cuenta que estaba cargando con mucho más de lo que me correspondía y que gran parte de ese peso venía de una ilusión: la creencia de que tenía que tener bajo control.
En ese proceso de reflexión, recordé algo que había leído hace años en el libro de Stephen Covey, “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”. Él habla de dos conceptos: el Círculo de Influencia y el Círculo de Preocupación. El Círculo de Influencia incluye las cosas sobre las que realmente tenemos control o podemos actuar, mientras que el Círculo de Preocupación abarca todo aquello que nos inquieta pero que no podemos cambiar.
Covey explica que, cuando enfocamos nuestra energía en nuestro Círculo de Influencia, este se expande y nuestra capacidad de acción crece. Pero si nos enfocamos en el Círculo de Preocupación, nos desgastamos emocionalmente y reducimos nuestra habilidad para responder a los retos que enfrentamos.
Cuando leí eso, algo hizo clic en mí. Me di cuenta de que estaba poniendo demasiada energía en cosas fuera de mi control, y eso no solo me agotaba, sino que me impedía concentrarme en lo que sí podía hacer.
Quiero compartir algo que me ayudó muchísimo. Es un ejercicio sencillo pero muy efectivo. Toma una hoja y divídela en dos columnas:
1. En la primera columna, escribe todo lo que crees que puedes controlar.
2. En la segunda, escribe las cosas que te preocupan pero que no están bajo tu control.
Una vez que tengas tu lista, revisa la primera columna y pregúntate: ¿De verdad puedo controlar esto? Muchas veces, nos damos cuenta de que asumimos responsabilidades que no nos corresponden.
Cuando terminé mi lista, sentí un alivio enorme. Me quedó claro en qué debía concentrarme y qué cosas debía soltar.
Después de hacer el ejercicio, te recomiendo cerrar los ojos y hacer esta pequeña visualización. Imagina cómo sería tu vida si dejaras de cargar con lo que no puedes controlar. Visualiza cómo esa energía que gastabas en preocupaciones ahora se redirige hacia lo que realmente puedes cambiar. Este simple acto me dio una sensación de ligereza y claridad, y espero que te ayude también.
La ilusión del control es algo con lo que todos lidiamos en algún momento. Queremos tener la certeza de que todo saldrá bien, pero la realidad es que hay muchas cosas que no dependen de nosotros. Aprender a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no es liberador. Soltar esa necesidad no es rendirse, sino enfocar nuestras fuerzas en lo que realmente puede marcar la diferencia.
Recuerda: Deja de intentar controlarlo todo no significa perder poder. Al contrario, significa usarlo con intención para transformar lo que realmente importa.
Te abrazo con fuerza,
Martha Reynoso
Martha Reynoso
Estoy aquí para ayudarte a lograr esa
reinvención profesional en tu vida.
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